« Vivid como hijos de la luz » (Ef 5, 8): para realizar un cambio cultural (continuación)
97. A la formación de la conciencia está vinculada estrechamente la labor
educativa, que ayuda al hombre a ser cada vez más hombre, lo introduce
siempre más profundamente en la verdad, lo orienta hacia un respeto creciente
por la vida, lo forma en las justas relaciones entre las personas.
En particular, es necesario educar en el valor de la vida comenzando
por sus mismas raíces. Es una ilusión pensar que se puede construir
una verdadera cultura de la vida humana, si no se ayuda a los jóvenes a
comprender y vivir la sexualidad, el amor y toda la existencia según su
verdadero significado y en su íntima correlación. La sexualidad, riqueza de
toda la persona, « manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona
hacia el don de sí misma en el amor ».128
La
banalización de la sexualidad es uno de los factores principales que están en
la raíz del desprecio por la vida naciente: sólo un amor verdadero sabe
custodiar la vida. Por tanto, no se nos puede eximir de ofrecer sobre todo a
los adolescentes y a los jóvenes la auténtica educación de la
sexualidad y del amor, una educación que implica la formación
de la castidad, como virtud que favorece la madurez de la persona y la
capacita para respetar el significado « esponsal » del cuerpo.
La labor de educación para la vida requiere la formación de los
esposos para la procreación responsable. Esta exige, en su verdadero
significado, que los esposos sean dóciles a la llamada del Señor y actúen como
fieles intérpretes de su designio: esto se realiza abriendo generosamente la
familia a nuevas vidas y, en todo caso, permaneciendo en actitud de apertura y
servicio a la vida incluso cuando, por motivos serios y respetando la ley
moral, los esposos optan por evitar temporalmente o a tiempo indeterminado un
nuevo nacimiento.
La ley moral les obliga de todos modos a encauzar las
tendencias del instinto y de las pasiones y a respetar las leyes biológicas
inscritas en sus personas. Precisamente este respeto legitima, al servicio de
la responsabilidad en la procreación, el recurso a los métodos
naturales de regulación de la fertilidad: éstos han sido precisados
cada vez mejor desde el punto de vista científico y ofrecen posibilidades
concretas para adoptar decisiones en armonía con los valores morales.
Una
consideración honesta de los resultados alcanzados debería eliminar prejuicios
todavía muy difundidos y convencer a los esposos, y también a los agentes
sanitarios y sociales, de la importancia de una adecuada formación al respecto.
La Iglesia está agradecida a quienes con sacrificio personal y dedicación con
frecuencia ignorada trabajan en la investigación y difusión de estos métodos,
promoviendo al mismo tiempo una educación en los valores morales que su uso
supone.
La labor educativa debe tener en cuenta también el sufrimiento y la
muerte. En realidad forman parte de la experiencia humana, y es vano, además de
equivocado, tratar de ocultarlos o descartarlos. Al contrario, se debe ayudar a
cada uno a comprender, en la realidad concreta y difícil, su misterio profundo.
El dolor y el sufrimiento tienen también un sentido y un valor, cuando se viven
en estrecha relación con el amor recibido y entregado. En este sentido he
querido que se celebre cada año la Jornada Mundial del Enfermo, destacando
« el carácter salvífico del ofrecimiento del sacrificio que, vivido en comunión
con Cristo, pertenece a la esencia misma de la redención ».129
Por
otra parte, incluso la muerte es algo más que una aventura sin esperanza: es la
puerta de la existencia que se proyecta hacia la eternidad y, para quienes la
viven en Cristo, es experiencia de participación en su misterio de muerte y
resurrección.
98. En síntesis, podemos decir que el cambio cultural deseado aquí exige a
todos el valor de asumir un nuevo estilo de vida que se
manifieste en poner como fundamento de las decisiones concretas —a nivel
personal, familiar, social e internacional— la justa escala de valores: la
primacía del ser sobre el tener, 130 de
la persona sobre las cosas.
Este nuevo estilo de vida implica también pasar de la
indiferencia al interés por el otro y del rechazo a su
acogida: los demás no son contrincantes de quienes hay que defenderse,
sino hermanos y hermanas con quienes se ha de ser solidarios; hay que amarlos
por sí mismos; nos enriquecen con su misma presencia.
En la movilización por una nueva cultura de la vida nadie se debe sentir
excluido: todos tienen un papel importante que desempeñar. La
misión de los profesores y de los educadores es,
junto con la de las familias, particularmente importante. De ellos dependerá
mucho que los jóvenes, formados en una auténtica libertad, sepan custodiar
interiormente y difundir a su alrededor ideales verdaderos de vida, y que sepan
crecer en el respeto y servicio a cada persona, en la familia y en la sociedad.
También los intelectuales pueden hacer mucho en la
construcción de una nueva cultura de la vida humana. Una tarea particular
corresponde a los intelectuales católicos, llamados a estar
presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en
el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación
científica y técnica, en los puntos de creación artística y de la reflexión
humanística.
Alimentando su ingenio y su acción en las claras fuentes del
Evangelio, deben entregarse al servicio de una nueva cultura de la vida con
aportaciones serias, documentadas, capaces de ganarse por su valor el respeto e
interés de todos.
Precisamente en esta perspectiva he instituido la Pontificia
Academia para la Vida con el fin de « estudiar, informar y formar en
lo que atañe a las principales cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a
la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo en las que guardan mayor
relación con la moral cristiana y las directrices del Magisterio de la Iglesia
».132 Una
aportación específica deben dar también las Universidades, particularmente
las católicas, y los Centros, Institutos y Comités de
bioética.
Grande y grave es la responsabilidad de los responsables de los
medios de comunicación social, llamados a trabajar para que la transmisión
eficaz de los mensajes contribuya a la cultura de la vida. Deben, por tanto,
presentar ejemplos de vida elevados y nobles, dando espacio a testimonios
positivos y a veces heroicos de amor al hombre; proponiendo con gran respeto
los valores de la sexualidad y del amor, sin enmascarar lo que deshonra y
envilece la dignidad del hombre.
En la lectura de la realidad, deben negarse a
poner de relieve lo que pueda insinuar o acrecentar sentimientos o actitudes de
indiferencia, desprecio o rechazo ante la vida. En la escrupulosa fidelidad a
la verdad de los hechos, están llamados a conjugar al mismo tiempo la libertad
de información, el respeto a cada persona y un sentido profundo de humanidad.
99. En el cambio cultural en favor de la vida las mujeres tienen
un campo de pensamiento y de acción singular y sin duda determinante: les
corresponde ser promotoras de un « nuevo feminismo » que, sin caer en la
tentación de seguir modelos « machistas », sepa reconocer y expresar el
verdadero espíritu femenino en todas las manifestaciones de la convivencia
ciudadana, trabajando por la superación de toda forma de discriminación, de
violencia y de explotación.
Recordando las palabras del mensaje conclusivo del Concilio Vaticano II,
dirijo también yo a las mujeres una llamada apremiante: « Reconciliad a
los hombres con la vida ».133 Vosotras
estáis llamadas a testimoniar el significado del amor auténtico, de
aquel don de uno mismo y de la acogida del otro que se realizan de modo
específico en la relación conyugal, pero que deben ser el alma de cualquier
relación interpersonal.
La experiencia de la maternidad favorece en vosotras una aguda sensibilidad hacia las demás personas y, al mismo tiempo, os confiere una misión particular: « La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer... Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer ».134
En efecto, la madre acoge y lleva consigo a otro ser, le permite crecer en su seno, le ofrece el espacio necesario, respetándolo en su alteridad. Así, la mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene por el hecho de ser persona y no de otros factores, como la utilidad, la fuerza, la inteligencia, la belleza o la salud. Esta es la aportación fundamental que la Iglesia y la humanidad esperan de las mujeres. Y es la premisa insustituible para un auténtico cambio cultural.
La experiencia de la maternidad favorece en vosotras una aguda sensibilidad hacia las demás personas y, al mismo tiempo, os confiere una misión particular: « La maternidad conlleva una comunión especial con el misterio de la vida que madura en el seno de la mujer... Este modo único de contacto con el nuevo hombre que se está formando crea a su vez una actitud hacia el hombre —no sólo hacia el propio hijo, sino hacia el hombre en general—, que caracteriza profundamente toda la personalidad de la mujer ».134
En efecto, la madre acoge y lleva consigo a otro ser, le permite crecer en su seno, le ofrece el espacio necesario, respetándolo en su alteridad. Así, la mujer percibe y enseña que las relaciones humanas son auténticas si se abren a la acogida de la otra persona, reconocida y amada por la dignidad que tiene por el hecho de ser persona y no de otros factores, como la utilidad, la fuerza, la inteligencia, la belleza o la salud. Esta es la aportación fundamental que la Iglesia y la humanidad esperan de las mujeres. Y es la premisa insustituible para un auténtico cambio cultural.
Una reflexión especial quisiera tener para vosotras, mujeres que
habéis recurrido al aborto. La Iglesia sabe cuántos condicionamientos
pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se
ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la
herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior.
Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación.
Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia.
Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre.
Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad. Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación.
Podéis confiar con esperanza a vuestro hijo a este mismo Padre y a su misericordia.
Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida. Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre.
100. En este gran esfuerzo por una nueva cultura de la vida estamos sostenidos y animados por la confianza de quien sabe que el Evangelio de la vida, como el Reino de Dios, crece y produce frutos abundantes (cf. Mc 4, 26-29). Es ciertamente enorme la desproporción que existe entre los medios, numerosos y potentes, con que cuentan quienes trabajan al servicio de la « cultura de la muerte » y los de que disponen los promotores de una « cultura de la vida y del amor ». Pero nosotros sabemos que podemos confiar en la ayuda de Dios, para quien nada es imposible (cf. Mt 19, 26).
Con esta profunda certeza, y movido por la firme solicitud por cada hombre
y mujer, repito hoy a todos cuanto he dicho a las familias comprometidas en sus
difíciles tareas en medio de las insidias que las amenazan: 135 es
urgente una gran oración por la vida, que abarque al mundo entero.
Que desde cada comunidad cristiana, desde cada grupo o asociación, desde cada familia y desde el corazón de cada creyente, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida. Jesús mismo nos ha mostrado con su ejemplo que la oración y el ayuno son las armas principales y más eficaces contra las fuerzas del mal (cf. Mt 4, 1-11) y ha enseñado a sus discípulos que algunos demonios sólo se expulsan de este modo (cf. Mc 9, 29).
Por tanto, tengamos la humildad y la valentía de orar y ayunar para conseguir que la fuerza que viene de lo alto haga caer los muros del engaño y de la mentira, que esconden a los ojos de tantos hermanos y hermanas nuestros la naturaleza perversa de comportamientos y de leyes hostiles a la vida, y abra sus corazones a propósitos e intenciones inspirados en la civilización de la vida y del amor.
Que desde cada comunidad cristiana, desde cada grupo o asociación, desde cada familia y desde el corazón de cada creyente, con iniciativas extraordinarias y con la oración habitual, se eleve una súplica apasionada a Dios, Creador y amante de la vida. Jesús mismo nos ha mostrado con su ejemplo que la oración y el ayuno son las armas principales y más eficaces contra las fuerzas del mal (cf. Mt 4, 1-11) y ha enseñado a sus discípulos que algunos demonios sólo se expulsan de este modo (cf. Mc 9, 29).
Por tanto, tengamos la humildad y la valentía de orar y ayunar para conseguir que la fuerza que viene de lo alto haga caer los muros del engaño y de la mentira, que esconden a los ojos de tantos hermanos y hermanas nuestros la naturaleza perversa de comportamientos y de leyes hostiles a la vida, y abra sus corazones a propósitos e intenciones inspirados en la civilización de la vida y del amor.
« Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo » (1 Jn 1, 4): el
Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres
101. « Os escribimos esto para que nuestro gozo sea completo » (1
Jn 1, 4). La revelación del Evangelio de la vida se
nos da como un bien que hay que comunicar a todos: para que todos los hombres
estén en comunión con nosotros y con la Trinidad (cf. 1 Jn 1,
3). No podremos tener alegría plena si no comunicamos este Evangelio a los
demás, si sólo lo guardamos para nosotros mismos.
El Evangelio de la vida no es exclusivamente para los creyentes: es para todos. El
tema de la vida y de su defensa y promoción no es prerrogativa única de los
cristianos. Aunque de la fe recibe luz y fuerza extraordinarias, pertenece a
toda conciencia humana que aspira a la verdad y está atenta y preocupada por la
suerte de la humanidad.
En la vida hay seguramente un valor sagrado y religioso, pero de ningún modo interpela sólo a los creyentes: en efecto, se trata de un valor que cada ser humano puede comprender también a la luz de la razón y que, por tanto, afecta necesariamente a todos.
En la vida hay seguramente un valor sagrado y religioso, pero de ningún modo interpela sólo a los creyentes: en efecto, se trata de un valor que cada ser humano puede comprender también a la luz de la razón y que, por tanto, afecta necesariamente a todos.
Por esto, nuestra acción de « pueblo de la vida y para la vida » debe ser interpretada de modo justo y acogida con simpatía. Cuando la Iglesia declara que el respeto incondicional del derecho a la vida de toda persona inocente —desde la concepción a su muerte natural— es uno de los pilares sobre los que se basa toda sociedad civil, « quiere simplemente promover un Estado humano. Un Estado que reconozca, como su deber primario, la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana, especialmente de la más débil ».136
El Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres. Trabajar en favor de la vida es
contribuir a la renovación de la sociedad mediante la
edificación del bien común. En efecto, no es posible construir el bien común
sin reconocer y tutelar el derecho a la vida, sobre el que se fundamentan y
desarrollan todos los demás derechos inalienables del ser humano.
Ni puede tener bases sólidas una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio y violación de la vida humana sobre todo si es débil y marginada. Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz.
Ni puede tener bases sólidas una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando o tolerando las formas más diversas de desprecio y violación de la vida humana sobre todo si es débil y marginada. Sólo el respeto de la vida puede fundamentar y garantizar los bienes más preciosos y necesarios de la sociedad, como la democracia y la paz.
En efecto, no puede haber verdadera democracia, si no se
reconoce la dignidad de cada persona y no se respetan sus derechos.
No puede haber siquiera verdadera paz, si no se
defiende y promueve la vida, como recordaba Pablo VI: « Todo delito
contra la vida es un atentado contra la paz, especialmente si hace mella en la
conducta del pueblo..., por el contrario, donde los derechos del hombre son
profesados realmente y reconocidos y defendidos públicamente, la paz se
convierte en la atmósfera alegre y operante de la convivencia social ».137
El « pueblo de la vida » se alegra de poder compartir con otros muchos su
tarea, de modo que sea cada vez más numeroso el « pueblo para la vida » y la
nueva cultura del amor y de la solidaridad pueda crecer para el verdadero bien
de la ciudad de los hombres.
Notas a pie de página:
Notas a pie de página:
129. Carta con que se instituye la Jornada
Mundial del Enfermo (13 mayo 1992), 2: Insegnamenti XV, 1 (1992), 1440.
130. Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 35;
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 15: AAS 59
(1967), 265.
136. Discurso a los participantes en la reunión de estudio sobre el tema «El
derecho a la vida y Europa» (18 diciembre 1987): Insegnamenti X,
3 (1987), 1446.
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