Hoy, las posibilidades
de interacción entre las culturas han aumentado notablemente, dando
lugar a nuevas perspectivas de diálogo intercultural, un diálogo que, para ser
eficaz, ha de tener como punto de partida una toma de conciencia de la
identidad específica de los diversos interlocutores.
Se nota, en primer
lugar, un eclecticismo cultural asumido con frecuencia de manera
acrítica: se piensa en las culturas como superpuestas unas a otras,
sustancialmente equivalentes e intercambiables. Eso induce a caer en un
relativismo que en nada ayuda al verdadero diálogo intercultural; en el plano
social, el relativismo cultural provoca que los grupos culturales estén juntos
o convivan, pero separados, sin diálogo auténtico y, por lo tanto, sin
verdadera integración.
Existe, en segundo
lugar, el peligro opuesto de rebajar la cultura y homologar los
comportamientos y estilos de vida. De este modo, se pierde el sentido profundo
de la cultura de las diferentes naciones, de las tradiciones de los diversos
pueblos, en cuyo marco la persona se enfrenta a las cuestiones fundamentales de
la existencia.
El eclecticismo y el
bajo nivel cultural coinciden en separar la cultura de la naturaleza humana.
Así, las culturas ya no saben encontrar su lugar en una naturaleza que las
transciende, terminando por reducir al hombre a mero dato cultural. Cuando esto
ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y manipulación.
EL HAMBRE EN EL MUNDO
En muchos países
pobres persiste, y amenaza con acentuarse, la extrema inseguridad de vida a
causa de la falta de alimentación: el hambre causa todavía muchas
víctimas entre tantos Lázaros a los que no se les consiente sentarse a la mesa
del rico epulón.
Dar de
comer a los hambrientos (cf. Mt
25,35.37.42) es un imperativo ético para la Iglesia universal, que responde a
las enseñanzas de su Fundador, el Señor Jesús, sobre la solidaridad y el
compartir.
Además, en la era de
la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en
una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del
planeta. El hambre no depende tanto de la escasez material, cuanto de la
insuficiencia de recursos sociales, el más importante de los cuales es de tipo
institucional.
Es decir, falta un
sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga
acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de
vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las
necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales,
provocadas por causas naturales o por la irresponsabilidad política nacional e
internacional.
POTENCIAR EL
DESARROLLO AGRARIO
El problema de la
inseguridad alimentaria debe ser planteado en una perspectiva de largo plazo,
eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo
agrícola de los países más pobres mediante inversiones en infraestructuras
rurales, sistemas de riego, transportes, organización de los mercados,
formación y difusión de técnicas agrícolas apropiadas, capaces de utilizar del
mejor modo los recursos humanos, naturales y socio-económicos, que se puedan
obtener preferiblemente en el propio lugar, para asegurar así también su
sostenibilidad a largo plazo.
Todo eso ha de
llevarse a cabo implicando a las comunidades locales en las opciones y
decisiones referentes a la tierra de cultivo. En esta perspectiva, podría ser
útil tener en cuenta las nuevas fronteras que se han abierto en el empleo
correcto de las técnicas de producción agrícola tradicional, así como las más
innovadoras, en el caso de que éstas hayan sido reconocidas, tras una adecuada
verificación, convenientes, respetuosas del ambiente y atentas a las
poblaciones más desfavorecidas. Al mismo tiempo, no se debería descuidar la
cuestión de una reforma agraria ecuánime en los países en desarrollo.
LA ALIMENTACIÓN Y EL
ACCESO AL AGUA UN DERECHO UNIVERSAL
El derecho a la
alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos,
comenzando ante todo por el derecho primario a la vida. Por tanto, es necesario
que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el
acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin
distinciones ni discriminaciones. Es importante destacar, además, que la
vía solidaria hacia el desarrollo de los países pobres puede ser un proyecto de
solución de la crisis global actual, como lo han intuido en los últimos tiempos
hombres políticos y responsables de instituciones internacionales.
Apoyando a los países
económicamente pobres mediante planes de financiación inspirados en la
solidaridad, con el fin de que ellos mismos puedan satisfacer las necesidades
de bienes de consumo y desarrollo de los propios ciudadanos, no sólo se puede
producir un verdadero crecimiento económico, sino que se puede contribuir
también a sostener la capacidad productiva de los países ricos, que corre
peligro de quedar comprometida por la crisis.
DESARROLLO Y RESPETO A
LA VIDA
Uno de los aspectos
más destacados del desarrollo actual es la importancia del tema del respeto
a la vida, que en modo alguno puede separarse de las cuestiones
relacionadas con el desarrollo de los pueblos. Es un aspecto que últimamente
está asumiendo cada vez mayor relieve, obligándonos a ampliar el concepto de
pobreza y de subdesarrollo a los problemas vinculados con la acogida de la
vida, sobre todo donde ésta se ve impedida de diversas formas.
La situación de
pobreza no sólo provoca todavía en muchas zonas un alto índice de mortalidad
infantil, sino que en varias partes del mundo persisten prácticas de control
demográfico por parte de los gobiernos, que con frecuencia difunden la
contracepción y llegan incluso a imponer también el aborto. En los países
económicamente más desarrollados, las legislaciones contrarias a la vida están
muy extendidas y han condicionado ya las costumbres y la praxis, contribuyendo
a difundir una mentalidad antinatalista, que muchas veces se trata de
transmitir también a otros estados como si fuera un progreso cultural.
Algunas organizaciones
no gubernamentales, además, difunden el aborto, promoviendo a veces en los
países pobres la adopción de la práctica de la esterilización, incluso en
mujeres a quienes no se pide su consentimiento. Por añadidura, existe la
sospecha fundada de que, en ocasiones, las ayudas al desarrollo se condicionan
a determinadas políticas sanitarias que implican de hecho la imposición de un
fuerte control de la natalidad. Preocupan también tanto las legislaciones que
aceptan la eutanasia como las presiones de grupos nacionales e internacionales
que reivindican su reconocimiento jurídico.
La
apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la
supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía
necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se
pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se
marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social. La acogida de la vida forja las energías morales y
capacita para la ayuda recíproca.
Fomentando la apertura
a la vida, los pueblos ricos pueden comprender mejor las necesidades de los que
son pobres, evitar el empleo de ingentes recursos económicos e intelectuales
para satisfacer deseos egoístas entre los propios ciudadanos y promover, por el
contrario, buenas actuaciones en la perspectiva de una producción moralmente
sana y solidaria, en el respeto del derecho fundamental de cada pueblo y cada
persona a la vida.
DESARROLLO Y LIBERTAD
RELIGIOSA
Hay otro aspecto de la
vida de hoy, muy estrechamente unido con el desarrollo: la negación del derecho
a la libertad religiosa. No me refiero sólo a las luchas y conflictos que
todavía se producen en el mundo por motivos religiosos, aunque a veces la
religión sea solamente una cobertura para razones de otro tipo, como el afán de
poder y riqueza. En efecto, hoy se mata frecuentemente en el nombre sagrado de
Dios, como muchas veces ha manifestado y deplorado públicamente mi predecesor
Juan Pablo II y yo mismo.
La violencia frena el
desarrollo auténtico e impide la evolución de los pueblos hacia un mayor
bienestar socioeconómico y espiritual. Esto ocurre especialmente con el
terrorismo de inspiración fundamentalista, que causa dolor, devastación y
muerte, bloquea el diálogo entre las naciones y desvía grandes recursos de su
empleo pacífico y civil.
No obstante, se ha de
añadir que, además del fanatismo religioso que impide el ejercicio del derecho
a la libertad de religión en algunos ambientes, también la promoción programada
de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países
contrasta con las necesidades del desarrollo de los pueblos, sustrayéndoles
bienes espirituales y humanos.
DIOS ES EL GARANTE DEL
VERDADERO DESARROLLO DEL HOMBRE
Dios es el
garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también
su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de «ser más». El ser
humano no es un átomo perdido en un universo casual, sino una criatura de Dios,
a quien Él ha querido dar un alma inmortal y al que ha amado desde siempre.
Si el hombre fuera
fruto sólo del azar o la necesidad, o si tuviera que reducir sus aspiraciones
al horizonte angosto de las situaciones en que vive, si todo fuera únicamente
historia y cultura, y el hombre no tuviera una naturaleza destinada a transcenderse
en una vida sobrenatural, podría hablarse de incremento o de evolución, pero no
de desarrollo.
Cuando el Estado
promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus
ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en
el desarrollo humano integral y les impide avanzar con renovado dinamismo en su
compromiso en favor de una respuesta humana más generosa al amor divino. Y
también se da el caso de que países económicamente desarrollados o emergentes
exporten a los países pobres, en el contexto de sus relaciones culturales,
comerciales y políticas, esta visión restringida de la persona y su destino.
Éste es el daño que el «superdesarrollo» produce al desarrollo auténtico,
cuando va acompañado por el «subdesarrollo moral».