martes, 18 de febrero de 2020

TEMA 210. CRISTO VIVE. CAPITULO V. CAMINOS DE JUVENTUD (2)


En amistad con Cristo

150. Por más que vivas y experimentes no llegarás al fondo de la juventud, no conocerás la verdadera plenitud de ser joven, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad con Jesús.

151. La amistad es un regalo de la vida y un don de Dios. A través de los amigos el Señor nos va puliendo y nos va madurando. Al mismo tiempo, los amigos fieles, que están a nuestro lado en los momentos duros, son un reflejo del cariño del Señor, de su consuelo y de su presencia amable. Tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad y del aislamiento, a compartir la vida. Por eso «un amigo fiel no tiene precio» (Si 6,15).

152. La amistad no es una relación fugaz o pasajera, sino estable, firme, fiel, que madura con el paso del tiempo. Es una relación de afecto que nos hace sentir unidos, y al mismo tiempo es un amor generoso, que nos lleva a buscar el bien del amigo. Aunque los amigos pueden ser muy diferentes entre sí, siempre hay algunas cosas en común que los llevan a sentirse cercanos, y hay una intimidad que se comparte con sinceridad y confianza.

153. Es tan importante la amistad que Jesús mismo se presenta como amigo: «Ya no los llamo siervos, los llamo amigos» (Jn 15,15). Por la gracia que Él nos regala, somos elevados de tal manera que somos realmente amigos suyos. Con el mismo amor que Él derrama en nosotros podemos amarlo, llevando su amor a los demás, con la esperanza de que también ellos encontrarán su puesto en la comunidad de amistad fundada por Jesucristo[80]

Y si bien Él ya está plenamente feliz resucitado, es posible ser generosos con Él, ayudándole a construir su Reino en este mundo, siendo sus instrumentos para llevar su mensaje y su luz y, sobre todo, su amor a los demás (cf. Jn 15,16). 

Los discípulos escucharon el llamado de Jesús a la amistad con Él. Fue una invitación que no los forzó, sino que se propuso delicadamente a su libertad: «Vengan y vean» les dijo, y «ellos fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día» (Jn 1,39). Después de ese encuentro, íntimo e inesperado, dejaron todo y se fueron con Él.

154. La amistad con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace silencio. Cuando lo necesitamos se deja encontrar por nosotros (cf. Jr 29,14) y está a nuestro lado por donde vayamos (cf. Jos 1,9). Porque Él jamás rompe una alianza. A nosotros nos pide que no lo abandonemos: «Permanezcan unidos a mí» (Jn 15,4). Pero si nos alejamos, «Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tm 2,13).

155. Con el amigo hablamos, compartimos las cosas más secretas. Con Jesús también conversamos. La oración es un desafío y una aventura. ¡Y qué aventura! Permite que lo conozcamos cada vez mejor, entremos en su espesura y crezcamos en una unión siempre más fuerte. La oración nos permite contarle todo lo que nos pasa y quedarnos confiados en sus brazos, y al mismo tiempo nos regala instantes de preciosa intimidad y afecto, donde Jesús derrama en nosotros su propia vida. Rezando «le abrimos la jugada» a Él, le damos lugar «para que Él pueda actuar y pueda entrar y pueda vencer»[81].

156. Así es posible llegar a experimentar una unidad constante con Él, que supera todo lo que podamos vivir con otras personas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). No prives a tu juventud de esta amistad. Podrás sentirlo a tu lado no sólo cuando ores. Reconocerás que camina contigo en todo momento. Intenta descubrirlo y vivirás la bella experiencia de saberte siempre acompañado. 

Es lo que vivieron los discípulos de Emaús cuando, mientras caminaban y conversaban desorientados, Jesús se hizo presente y «caminaba con ellos» (Lc 24,15). Un santo decía que «el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. 

El cristianismo es una Persona que me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo»[82].

157. Jesús puede unir a todos los jóvenes de la Iglesia en un único sueño, «un sueño grande y un sueño capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en el corazón de cada uno […]. Lo tatuó a la espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse. 

Un sueño, un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él –como el Padre–, enviado por el Padre con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un sueño concreto, que es una persona, que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar»[83].

El crecimiento y la maduración

158. Muchos jóvenes se preocupan por su cuerpo, procurando el desarrollo de la fuerza física o de la apariencia. Otros se inquietan por desarrollar sus capacidades y conocimientos, y así se sienten más seguros. Algunos apuntan más alto, tratan de comprometerse más y buscan un desarrollo espiritual. 

San Juan decía: «Les escribo jóvenes porque son fuertes, porque conservan la Palabra de Dios» (1 Jn 2,14). Buscar al Señor, guardar su Palabra, tratar de responderle con la propia vida, crecer en las virtudes, eso hace fuertes los corazones de los jóvenes. Para eso hay que mantener la conexión con Jesús, estar en línea con Él, ya que no crecerás en la felicidad y en la santidad sólo con tus fuerzas y tu mente. 

Así como te preocupa no perder la conexión a Internet, cuida que esté activa tu conexión con el Señor, y eso significa no cortar el diálogo, escucharlo, contarle tus cosas, y cuando no sepas con claridad qué tendrías que hacer, preguntarle: «Jesús, ¿qué harías tú en mi lugar?»[84].

159. Espero que puedas valorarte tanto a ti mismo, tomarte tan en serio, que busques tu crecimiento espiritual. Además de los entusiasmos propios de la juventud, también está la belleza de buscar «la justicia, la fe, el amor, la paz» (2 Tm 2,22). Esto no significa perder la espontaneidad, la frescura, el entusiasmo, la ternura. Porque hacerse adulto no implica abandonar los mejores valores de esta etapa de la vida. De otro modo, el Señor podrá reprocharte un día: «De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo, cuando tú me seguías por el desierto» (Jr 2,2).

160. Al contrario, incluso un adulto debe madurar sin perder los valores de la juventud. Porque en realidad cada etapa de la vida es una gracia permanente, encierra un valor que no debe pasar. Una juventud bien vivida permanece como experiencia interior, y en la vida adulta es asumida, es profundizada y sigue dando frutos. 

Si es propio del joven sentirse atraído por lo infinito que se abre y que comienza,[85] un riesgo de la vida adulta, con sus seguridades y comodidades, es acotar cada vez más ese horizonte y perder ese valor propio de los años jóvenes. 

Pero debería suceder lo contrario: madurar, crecer y organizar la propia vida sin perder esa atracción, esa apertura amplia, esa fascinación por una realidad que siempre es más. En cada momento de la vida podremos renovar y acrecentar la juventud. Cuando comencé mi ministerio como Papa, el Señor me amplió los horizontes y me regaló una renovada juventud. 

Lo mismo puede ocurrirle a un matrimonio de muchos años, o a un monje en su monasterio. Hay cosas que necesitan “asentarse” con los años, pero esa maduración puede convivir con un fuego que se renueva, con un corazón siempre joven.

161. Crecer es conservar y alimentar las cosas más preciosas que te regala la juventud, pero al mismo tiempo es estar abierto a purificar lo que no es bueno y a recibir nuevos dones de Dios que te llama a desarrollar lo que vale. A veces, los complejos de inferioridad pueden llevarte a no querer ver tus defectos y debilidades, y de ese modo puedes cerrarte al crecimiento y a la maduración. 

Mejor déjate amar por Dios, que te ama así como eres, que te valora y respeta, pero también te ofrece más y más: más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual.

162. Pero te recuerdo que no serás santo y pleno copiando a otros. Ni siquiera imitar a los santos significa copiar su forma de ser y de vivir la santidad: «Hay testimonios que son útiles para estimularnos y motivarnos, pero no para que tratemos de copiarlos, porque eso hasta podría alejarnos del camino único y diferente que el Señor tiene para nosotros»[86].

Tú tienes que descubrir quién eres y desarrollar tu forma propia de ser santo, más allá de lo que digan y opinen los demás. Llegar a ser santo es llegar a ser más plenamente tú mismo, a ser ese que Dios quiso soñar y crear, no una fotocopia. Tu vida debe ser un estímulo profético, que impulse a otros, que deje una marca en este mundo, esa marca única que sólo tú podrás dejar. En cambio, si copias, privarás a esta tierra, y también al cielo, de eso que nadie más que tú podrá ofrecer. Recuerdo que san Juan de la Cruz, en su Cántico Espiritual, escribía que cada uno tenía que aprovechar sus consejos espirituales «según su modo»[87], porque el mismo Dios ha querido manifestar su gracia «a unos en una manera y a otros en otra»[88].

Sendas de fraternidad

163. Tu desarrollo espiritual se expresa ante todo creciendo en el amor fraterno, generoso, misericordioso. Lo decía san Pablo: «Que el Señor los haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con todos» (1 Ts 3,12). Ojalá vivas cada vez más ese “éxtasis” que es salir de ti mismo para buscar el bien de los demás, hasta dar la vida.

164. Cuando un encuentro con Dios se llama “éxtasis”, es porque nos saca de nosotros mismos y nos eleva, cautivados por el amor y la belleza de Dios. Pero también podemos ser sacados de nosotros mismos para reconocer la belleza oculta en cada ser humano, su dignidad, su grandeza como imagen de Dios e hijo del Padre. 

El Espíritu Santo quiere impulsarnos para que salgamos de nosotros mismos, abracemos a los demás con el amor y busquemos su bien. Por lo tanto, siempre es mejor vivir la fe juntos y expresar nuestro amor en una vida comunitaria, compartiendo con otros jóvenes nuestro afecto, nuestro tiempo, nuestra fe y nuestras inquietudes. La Iglesia ofrece muchos espacios diversos para vivir la fe en comunidad, porque todo es más fácil juntos.

165. Las heridas recibidas pueden llevarte a la tentación del aislamiento, a replegarte sobre ti mismo, a acumular rencores, pero nunca dejes de escuchar el llamado de Dios al perdón. Como bien enseñaron los Obispos de Ruanda, «la reconciliación con el otro pide ante todo descubrir en él el esplendor de la imagen de Dios […]. En esta óptica, es vital distinguir al pecador de su pecado y de su ofensa, para llegar a la verdadera reconciliación. Esto significa que odies el mal que el otro te inflige, pero que continúes amándolo porque reconoces su debilidad y ves la imagen de Dios en él»[89].

166. A veces toda la energía, los sueños y el entusiasmo de la juventud se debilitan por la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas, sentimientos heridos, lamentos y comodidades. No dejes que eso te ocurra, porque te volverás viejo por dentro, y antes de tiempo. Cada edad tiene su hermosura, y a la juventud no pueden faltarle la utopía comunitaria, la capacidad de soñar unidos, los grandes horizontes que miramos juntos.

167. Dios ama la alegría de los jóvenes y los invita especialmente a esa alegría que se vive en comunión fraterna, a ese gozo superior del que sabe compartir, porque «hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35) y «Dios ama al que da con alegría» (2 Co 9,7). 

El amor fraterno multiplica nuestra capacidad de gozo, ya que nos vuelve capaces de gozar con el bien de los otros: «Alégrense con los que están alegres» (Rm 12,15). Que la espontaneidad y el impulso de tu juventud se conviertan cada día más en la espontaneidad del amor fraterno, en la frescura para reaccionar siempre con perdón, con generosidad, con ganas de construir comunidad. Un proverbio africano dice: «Si quieres andar rápido, camina solo. Si quieres llegar lejos, camina con los otros». No nos dejemos robar la fraternidad.

Notas a pie de página:

[80] Cf. Sto. Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 23, art. 1.


[81] Discurso a los voluntarios de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (27 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 17.

[82] S. Óscar Romero, Homilía (6 noviembre 1977): Su pensamiento, I-II, San Salvador 2000, 312.

[83] Discurso en la ceremonia de apertura de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (24 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (25 enero 2019), p. 6.

[84] Cf. Encuentro con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú, Santiago de Chile (17 enero 2018): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2018), p. 11.

[85] Cf. Romano Guardini, Le età della vita, en Opera omnia IV, 1, Brescia 2015, 209.

[86] Exhort. ap. Gaudete et exsultate (19 marzo 2018), 11.

[87] Cántico Espiritual B, Prólogo, 2.

[88] Ibíd., XIV-XV, 2.

[89] Conferencia Episcopal de Ruanda, Carta de los Obispos católicos a los fieles durante el año especial de la reconciliación en Ruanda, Kigali (18 enero 2018), 17.