domingo, 8 de enero de 2012

TEMA 46. DIES DOMINI (1). EL DIA DEL SEÑOR I

CARTA APOSTÓLICA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II (31-MAYO_1998) “DIES DOMINI” SOBRE LA SANTIFICACIÓN DEL DOMINGO

DIES DOMINI (El día del Señor)

El día del Señor —como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos— ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es la Pascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en él de la primera creación y el inicio de la « nueva creación » (cf. 2 Co 5,17). Es el día de la evocación adoradora y agradecida del primer día del mundo y a la vez la prefiguración, en la esperanza activa, del « último día », cuando Cristo vendrá en su gloria (cf. Hch 1,11; 1 Ts 4,13-17) y « hará un mundo nuevo » (cf. Ap 21,5).

Para el domingo, pues, resulta adecuada la exclamación del Salmista: « Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo » (Sal 118 [117],24). Esta invitación al gozo, propio de la liturgia de Pascua, muestra el asombro que experimentaron las mujeres que habían asistido a la crucifixión de Cristo cuando, yendo al sepulcro « muy temprano, el primer día después del sábado » (Mc 16,2), lo encontraron vacío.

Es una invitación a revivir, de alguna manera, la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que sentían « arder su corazón » mientras el Resucitado se les acercó y caminaba con ellos, explicando las Escrituras y revelándose « al partir el pan » (cf. Lc 24,32.35). Es el eco del gozo, primero titubeante y después arrebatador, que los Apóstoles experimentaron la tarde de aquel mismo día, cuando fueron visitados por Jesús resucitado y recibieron el don de su paz y de su Espíritu (cf. Jn 20,19-23).

La resurrección centro del misterio del tiempo
La resurrección de Jesús es el dato originario en el que se fundamenta la fe cristiana (cf. 1 Co 15,14): una gozosa realidad, percibida plenamente a la luz de la fe, pero históricamente atestiguada por quienes tuvieron el privilegio de ver al Señor resucitado; acontecimiento que no sólo emerge de manera absolutamente singular en la historia de los hombres, sino que está en el centro del misterio del tiempo. Conmemorando cada domingo el día de la resurrección de Cristo, la Iglesia indica a cada generación lo que constituye el eje central de la historia, con el cual se relacionan el misterio del principio y el del destino final del mundo.





El “día del Señor” es el “señor de los días”. Quienes han recibido la gracia de creer en el Señor resucitado pueden descubrir el significado de este día semanal con la emoción vibrante que hacía decir a san Jerónimo: « El domingo es el día de la resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día, la fiesta primordial ».


Su importancia fundamental, reconocida siempre en los dos mil años de historia, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II: « La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón "día del Señor" o domingo ». La Iglesia invita a los creyentes a reflexionar a la luz de Cristo sobre el camino de la historia, los invita también a descubrir con nueva fuerza el sentido del domingo: su « misterio », el valor de su celebración, su significado para la existencia cristiana y humana.


El domingo día festivo


Nadie olvida en efecto que, hasta un pasado relativamente reciente, la « santificación » del domingo estaba favorecida, en los Países de tradición cristiana, por una amplia participación popular y casi por la organización misma de la sociedad civil, que preveía el descanso dominical como punto fijo en las normas sobre las diversas actividades laborales.


Pero hoy, en los mismos Países en los que las leyes establecen el carácter festivo de este día, la evolución de las condiciones socioeconómicas a menudo ha terminado por modificar profundamente los comportamientos colectivos y por consiguiente la fisonomía del domingo. Se ha consolidado ampliamente la práctica del « fin de semana », entendido como tiempo semanal de reposo, vivido a veces lejos de la vivienda habitual, y caracterizado a menudo por la participación en actividades culturales, políticas y deportivas, cuyo desarrollo coincide en general precisamente con los días festivos. Responde no sólo a la necesidad de descanso, sino también a la exigencia de « hacer fiesta », propia del ser humano.


Por desgracia, cuando el domingo pierde el significado originario y se reduce a un puro « fin de semana », puede suceder que el hombre quede encerrado en un horizonte tan restringido que no le permite ya ver el « cielo ». Entonces, aunque vestido de fiesta, interiormente es incapaz de « hacer fiesta ».


A los discípulos de Cristo se pide de todos modos que no confundan la celebración del domingo, que debe ser una verdadera santificación del día del Señor, con el « fin de semana », entendido fundamentalmente como tiempo de mero descanso o diversión. A este respecto, urge una auténtica madurez espiritual que ayude a los cristianos a « ser ellos mismos », en plena coherencia con el don de la fe, dispuestos siempre a dar razón de la esperanza que hay en ellos (cf. 1 P 3,15). Esto ha de significar también una comprensión más profunda del domingo, para vivirlo, incluso en situaciones difíciles, con plena docilidad al Espíritu Santo.


La celebración dominical


Algunas Iglesias jóvenes muestran con cuanto fervor se puede animar la celebración dominical, tanto en las ciudades como en los pueblos más alejados.









Al contrario, en otras regiones, debido a las mencionadas dificultades sociológicas y quizás por la falta de fuertes motivaciones de fe, se da un porcentaje singularmente bajo de participantes en la liturgia dominical. En la conciencia de muchos fieles parece disminuir no sólo el sentido de la centralidad de la Eucaristía, sino incluso el deber de dar gracias al Señor, rezándole junto con otros dentro de la comunidad eclesial.


A todo esto se añade que, no sólo en los Países de misión, sino también en los de antigua evangelización, por escasez de sacerdotes a veces no se puede garantizar la celebración eucarística dominical en cada comunidad.


Recuperar las motivaciones doctrinales profundas


El Concilio Vaticano II enseña que, en el domingo, « los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos ».


Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si desde el principio de mi Pontificado no me ha cansado de repetir: « ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! », en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo!


Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir. Él es quien conoce el secreto del tiempo y el secreto de la eternidad, y nos entrega « su día » como un don siempre nuevo de su amor.


El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no sólo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida.


PARA REFLEXIONAR:


¿Cómo celebro el domingo?.....


¿Participo en la Eucaristía?....


¿Le doy mi tiempo al Señor?....