martes, 26 de mayo de 2020

TEMA 217. CRISTO VIVE. CAPITULO VIII. LA VOCACIÓN (2).


El trabajo

268. Los Obispos de Estados Unidos han señalado con claridad que la juventud, llegada la mayoría de edad, «a menudo marca la entrada de una persona en el mundo del trabajo. “¿Qué haces para vivir?” es un tema constante de conversación, porque el trabajo es una parte muy importante de sus vidas. 

Para los jóvenes adultos, esta experiencia es muy fluida porque se mueven de un trabajo a otro e incluso pasan de carrera a carrera. El trabajo puede definir el uso del tiempo y puede determinar lo que pueden hacer o comprar. También puede determinar la calidad y la cantidad del tiempo libre. El trabajo define e influye en la identidad y el autoconcepto de un adulto joven y es un lugar fundamental donde se desarrollan amistades y otras relaciones porque generalmente no se trabaja solo.

Hombres y mujeres jóvenes hablan del trabajo como cumplimiento de una función y como algo que proporciona un sentido. Permite a los adultos jóvenes satisfacer sus necesidades prácticas, pero aún más importante buscar el significado y el cumplimiento de sus sueños y visiones. Aunque el trabajo puede no ayudar a alcanzar sus sueños, es importante para los adultos jóvenes cultivar una visión, aprender a trabajar de una manera realmente personal y satisfactoria para su vida, y seguir discerniendo el llamado de Dios»[148].

269. Ruego a los jóvenes que no esperen vivir sin trabajar, dependiendo de la ayuda de otros. Eso no hace bien, porque «el trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias»[149]

De ahí que «la espiritualidad cristiana, junto con la admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el trabajo, como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y sus discípulos»[150].

270. El Sínodo remarcó que el mundo del trabajo es un ámbito donde los jóvenes «experimentan formas de exclusión y marginación. La primera y la más grave es el desempleo juvenil, que en algunos países alcanza niveles exorbitados. Además de empobrecerlos, la falta de trabajo cercena en los jóvenes la capacidad de soñar y de esperar, y los priva de la posibilidad de contribuir al desarrollo de la sociedad. 

En muchos países esta situación se debe a que algunas franjas de población juvenil se encuentran desprovistas de las capacidades profesionales adecuadas, también debido a las deficiencias del sistema educativo y formativo. Con frecuencia la precariedad ocupacional que aflige a los jóvenes responde a la explotación laboral por intereses económicos»[151].

271. Es una cuestión muy delicada que la política debe considerar como un tema de primer orden, particularmente hoy que la velocidad de los desarrollos tecnológicos, junto con la obsesión por reducir los costos laborales, puede llevar rápidamente a reemplazar innumerables puestos de trabajo por máquinas. Y se trata de un asunto fundamental de la sociedad porque el trabajo para un joven no es sencillamente una tarea orientada a conseguir ingresos. 

Es expresión de la dignidad humana, es camino de maduración y de inserción social, es un estímulo constante para crecer en responsabilidad y en creatividad, es una protección frente a la tendencia al individualismo y a la comodidad, y es también dar gloria a Dios con el desarrollo de las propias capacidades.

272. No siempre un joven tiene la posibilidad de decidir a qué va a dedicar sus esfuerzos, en qué tareas va a desplegar sus energías y su capacidad de innovar. Porque además de los propios deseos, y aún más allá de las propias capacidades y del discernimiento que uno realice, están los duros límites de la realidad. 

Es verdad que no puedes vivir sin trabajar y que a veces tienes que aceptar lo que encuentres, pero nunca renuncies a tus sueños, nunca entierres definitivamente una vocación, nunca te des por vencido. Siempre sigue buscando, al menos, modos parciales o imperfectos de vivir lo que en tu discernimiento reconoces como una verdadera vocación.

273. Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho para eso –sea la enfermería, la carpintería, la comunicación, la ingeniería, la docencia, el arte o cualquier otro trabajo– entonces será capaz de hacer brotar sus mejores capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega. 

Saber que uno no hace las cosas porque sí, sino con un significado, como respuesta a un llamado que resuena en lo más hondo de su ser para aportar algo a los demás, hace que esas tareas le den al propio corazón una experiencia especial de plenitud. Así lo decía el antiguo libro bíblico del Eclesiastés: «He visto que no hay nada mejor para el ser humano que gozarse en su trabajo» (Qo 3,22).

Vocaciones a una consagración especial

274. Si partimos de la convicción de que el Espíritu sigue suscitando vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa, podemos “volver a echar las redes” en nombre del Señor, con toda confianza. Podemos atrevernos, y debemos hacerlo, a decirle a cada joven que se pregunte por la posibilidad de seguir este camino.

275. Algunas veces hice esta propuesta a jóvenes que me respondieron casi con burla diciendo: “No, la verdad es que yo no voy para ese lado”. Sin embargo, años después algunos de ellos estaban en el Seminario. El Señor no puede faltar a su promesa de no dejar a la Iglesia privada de los pastores sin los cuales no podría vivir ni realizar su misión. Y si algunos sacerdotes no dan un buen testimonio, no por eso el Señor dejará de llamar. Al contrario, Él redobla la apuesta porque no deja de cuidar a su Iglesia amada.

276. En el discernimiento de una vocación no hay que descartar la posibilidad de consagrarse a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa o en otras formas de consagración. ¿Por qué excluirlo? Ten la certeza de que, si reconoces un llamado de Dios y lo sigues, eso será lo que te hará pleno.

277. Jesús camina entre nosotros como lo hacía en Galilea. Él pasa por nuestras calles, se detiene y nos mira a los ojos, sin prisa. Su llamado es atractivo, es fascinante. Pero hoy la ansiedad y la velocidad de tantos estímulos que nos bombardean hacen que no quede lugar para ese silencio interior donde se percibe la mirada de Jesús y se escucha su llamado. 

Mientras tanto, te llegarán muchas propuestas maquilladas, que parecen bellas e intensas, aunque con el tiempo solamente te dejarán vacío, cansado y solo. No dejes que eso te ocurra, porque el torbellino de este mundo te lleva a una carrera sin sentido, sin orientación, sin objetivos claros, y así se malograrán muchos de tus esfuerzos. 

Más bien busca esos espacios de calma y de silencio que te permitan reflexionar, orar, mirar mejor el mundo que te rodea, y entonces sí, con Jesús, podrás reconocer cuál es tu vocación en esta tierra.

Notas a pie de página:

[148] Conferencia de los Obispos Católicos de los Estados Unidos, Sons and Daughters of Light: A Pastoral Plan for Ministry with Young Adults (12 noviembre 1996), I, 3.

[149] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 128: AAS 107 (2015), 898.



[151] DF 40.





martes, 12 de mayo de 2020

TEMA 216. CRISTO VIVE. CAPITULO VIII. LA VOCACIÓN (1).


La vocación

248. Es verdad que la palabra “vocación” puede entenderse en un sentido amplio, como llamado de Dios. Incluye el llamado a la vida, el llamado a la amistad con Él, el llamado a la santidad, etc. Esto es valioso, porque sitúa toda nuestra vida de cara al Dios que nos ama, y nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta al Señor, que tiene un precioso plan para nosotros.

249. En la Exhortación Gaudete et exsultate quise detenerme en la vocación de todos a crecer para la gloria de Dios, y me propuse «hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades»[136]

El Concilio Vaticano II nos ayudó a renovar la consciencia de este llamado dirigido a cada uno: «Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre»[137].

Su llamado a la amistad con Él

250. Lo fundamental es discernir y descubrir que lo que quiere Jesús de cada joven es ante todo su amistad. Ese es el discernimiento fundamental. En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? La misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad.

251. Y si fuera necesario un ejemplo contrario, recordemos el encuentro-desencuentro del Señor con el joven rico, que nos dice claramente que lo que este joven no percibió fue la mirada amorosa del Señor (cf. Mc 10,21). Se fue entristecido, después de haber seguido un buen impulso, porque no pudo sacar la vista de las muchas cosas que poseía (cf. Mt 19,22).

Él se perdió la oportunidad de lo que seguramente podría haber sido una gran amistad. Y nosotros nos quedamos sin saber lo que podría haber sido para nosotros, lo que podría haber hecho para la humanidad, ese joven único al que Jesús miró con amor y le tendió la mano.

252. Porque «la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada “en la nube” esperando ser descargada, ni una “aplicación” nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un “tutorial” con el que aprender la última novedad. 

La salvación que Dios nos regala es una invitación a formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse»[138].

Tu ser para los demás

253. Quisiera detenerme ahora en la vocación entendida en el sentido preciso del llamado al servicio misionero de los demás. Somos llamados por el Señor a participar en su obra creadora, prestando nuestro aporte al bien común a partir de las capacidades que recibimos.

254. Esta vocación misionera tiene que ver con nuestro servicio a los demás. Porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda. Recuerdo que «la misión en el corazón del pueblo no es una parte de mi vida, o un adorno que me puedo quitar; no es un apéndice o un momento más de la existencia. Es algo que yo no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme. Yo soy una misión en esta tierra, y para eso estoy en este mundo»[139]. Por consiguiente, hay que pensar que: toda pastoral es vocacional, toda formación es vocacional y toda espiritualidad es vocacional.

255. Tu vocación no consiste sólo en los trabajos que tengas que hacer, aunque se expresa en ellos. Es algo más, es un camino que orientará muchos esfuerzos y muchas acciones en una dirección de servicio. Por eso, en el discernimiento de una vocación es importante ver si uno reconoce en sí mismo las capacidades necesarias para ese servicio específico a la sociedad.

256. Esto da un valor muy grande a esas tareas, ya que dejan de ser una suma de acciones que uno realiza para ganar dinero, para estar ocupado o para complacer a otros. Todo eso constituye una vocación porque somos llamados, hay algo más que una mera elección pragmática nuestra. Es en definitiva reconocer para qué estoy hecho, para qué paso por esta tierra, cuál es el proyecto del Señor para mi vida. 

Él no me indicará todos los lugares, los tiempos y los detalles, que yo elegiré prudentemente, pero sí hay una orientación de mi vida que Él debe indicarme porque es mi Creador, mi alfarero, y necesito escuchar su voz para dejarme moldear y llevar por Él. Entonces sí seré lo que debo ser, y seré también fiel a mi propia realidad.

257. Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación»[140]

Tu vocación te orienta a sacar afuera lo mejor de ti para la gloria de Dios y para el bien de los demás. El asunto no es sólo hacer cosas, sino hacerlas con un sentido, con una orientación. Al respecto, san Alberto Hurtado decía a los jóvenes que hay que tomarse muy en serio el rumbo: «En un barco al piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. 

Y en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fallar»[141].

258. Este “ser para los demás” en la vida de cada joven, normalmente está relacionado con dos cuestiones básicas: la formación de una nueva familia y el trabajo. Las diversas encuestas que se han hecho a los jóvenes confirman una y otra vez que estos son los dos grandes temas que los preocupan e ilusionan. Ambos deben ser objeto de un especial discernimiento. Detengámonos brevemente en ellos.

El amor y la familia

259. Los jóvenes sienten con fuerza el llamado al amor, y sueñan encontrar la persona adecuada con quien formar una familia y construir una vida juntos. Sin duda es una vocación que Dios mismo propone a través de los sentimientos, los deseos, los sueños. Sobre este tema me detuve ampliamente en la Exhortación Amoris laetitia e invito a todos los jóvenes a leer especialmente los capítulos 4 y 5.

260. Me gusta pensar que «dos cristianos que se casan han reconocido en su historia de amor la llamada del Señor, la vocación a formar de dos, hombre y mujer, una sola carne, una sola vida. Y el Sacramento del matrimonio envuelve este amor con la gracia de Dios, lo enraíza en Dios mismo. Con este don, con la certeza de esta llamada, se puede partir seguros, no se tiene miedo de nada, se puede afrontar todo, ¡juntos!»[142].

261. En este contexto, recuerdo que Dios nos creó sexuados. Él mismo «creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas»[143]. Dentro de la vocación al matrimonio hay que reconocer y agradecer que «la sexualidad, el sexo, son un don de Dios. Nada de tabúes. Son un don de Dios, un don que el Señor nos da. Tienen dos propósitos: amarse y generar vida. Es una pasión, es el amor apasionado. El verdadero amor es apasionado. El amor entre un hombre y una mujer, cuando es apasionado, te lleva a dar la vida para siempre. Siempre. Y a darla con cuerpo y alma»[144].

262. El Sínodo resaltó que «la familia sigue siendo el principal punto de referencia para los jóvenes. Los hijos aprecian el amor y el cuidado de los padres, dan importancia a los vínculos familiares y esperan lograr a su vez formar una familia. Sin duda el aumento de separaciones, divorcios, segundas uniones y familias monoparentales puede causar en los jóvenes grandes sufrimientos y crisis de identidad. 

A veces deben hacerse cargo de responsabilidades desproporcionadas para su edad, que les obligan a ser adultos antes de tiempo. Los abuelos con frecuencia son una ayuda decisiva en el afecto y la educación religiosa: con su sabiduría son un eslabón decisivo en la relación entre generaciones»[145].

263. Es verdad que estas dificultades que sufren en su familia de origen llevan a muchos jóvenes a preguntarse si vale la pena formar una nueva familia, ser fieles, ser generosos. Quiero decirles que sí, que vale la pena apostar por la familia y que en ella encontrarán los mejores estímulos para madurar y las más bellas alegrías para compartir. No dejen que les roben el amor en serio. No dejen que los engañen esos que les proponen una vida de desenfreno individualista que finalmente lleva al aislamiento y a la peor soledad.

264. Hoy reina una cultura de lo provisorio que es una ilusión. Creer que nada puede ser definitivo es un engaño y una mentira. Muchas veces «hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda” [...]. En la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas […]. 

Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente»[146]. Yo sí tengo confianza en ustedes, y por eso los aliento a optar por el matrimonio.

265. Es necesario prepararse para el matrimonio, y esto requiere educarse a sí mismo, desarrollar las mejores virtudes, sobre todo el amor, la paciencia, la capacidad de diálogo y de servicio. También implica educar la propia sexualidad, para que sea cada vez menos un instrumento para usar a los demás y cada vez más una capacidad de entregarse plenamente a una persona, de manera exclusiva y generosa.

266. Los Obispos de Colombia nos enseñaron que «Cristo sabe que los esposos no son perfectos y que necesitan superar su debilidad e inconstancia para que su amor pueda crecer y durar. Por eso, concede a los cónyuges su gracia que es, a la vez, luz y fuerza que les permite ir realizando su proyecto de vida matrimonial de acuerdo con el plan de Dios»[147].

267. Para aquellos que no son llamados al matrimonio o a la vida consagrada, hay que recordar siempre que la primera vocación y la más importante es la vocación bautismal. Los solteros, incluso si no son intencionales, pueden convertirse en testimonio particular de dicha vocación en su propio camino de crecimiento personal.

Notas a pie de página:

[137] Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.


[138] Discurso en la Vigilia con los jóvenes en la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud en Panamá (26 enero 2019): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2019), p. 12.

[139] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 273: AAS 105 (2013), 1130.

[140] S. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 15: AAS 59 (1967), 265.
[141] Meditación de Semana Santa para jóvenes, escrita a bordo de un barco de carga, regresando de Estados Unidos, 1946, en :https://www.padrealbertohurtado.cl/escritos-2/.

[142] Encuentro con los jóvenes de Umbría en Asís (4 octubre 2013): AAS 105 (2013), 921.

[143] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia (19 marzo 2016), 150: AAS 108 (2016), 369.

[144] Audiencia a los jóvenes de la diócesis de Grenoble-Vienne (17 septiembre 2018): L’Osservatore Romano (19 septiembre 2018), p. 8.

[145] DF 32.


[147] Conferencia Episcopal de Colombia, Mensaje Cristiano sobre el matrimonio (14 mayo 1981).